Todavía conservo las fotografías de los viajes que hicimos, ciudades, monumentos y paisajes que adornaste con tu sonrisa. Y joder es que por mil veces que las vea entre las carpetas del portátil viejo o en el móvil, no tengo el valor para borrarlas.
Parecías feliz, aunque segundos antes hubieses estado llorando por habernos perdido, haber comido demasiado, o porque ya me había encargado yo de cagarla con alguna de mis tonterías. Sabías en qué posición ponerte, hacia donde mirar y simular que todo era una casualidad. Ahora tropiezo con ellas de vez en cuando, me detengo unos minutos en los detalles y me sacas la sonrisa que siempre me pedías que forzara.
Paisajes y monumentos que se escondían en los párpados de tus ojos, ahora no soy capaz de olvidar. Y volveré allí, quizás con otra mujer de la mano.
Volveré a fotografiar aquellas murallas, y aquellos paisajes de ensueño pero con la lección aprendida. Cuidar la sonrisa que va de mi mano. Porque la imagen es para toda la vida, pero los motivos para sostenerla, si no se cuidan solo serán fotos de nostalgia, para el recuerdo. Para el olvido. Sin sentido.